En construcción (2001) consigue aquello que su director admira en la pintura de Vermeer: “cualquier acción cotidiana se convierte en un acto litúrgico” (entrevista con Josetxo Cerdán, 2007, p. 130). El éxito artístico de José Luis Guerín es fruto del talento y del trabajo; de la capacidad de captar y filtrar 100 horas de material fílmico. “Uno tiene que estar enamorado de su trabajo como de su novio porque si no, no se pone interés” explica uno de los obreros del documental y en estas palabras resuena el amor del director por el trabajo cinematográfico.
La elocuencia de los personajes (“la tele es fantasía”, “el alma de una estructura está en el interior”, “los que se comen la uva no tienen perdón; con lo bueno que está el vino”), la naturalidad de su registro, el cambio de código, las asimilaciones y uvularizaciones propias de la inmigración del sur, del extrarradio, son aspectos que pocas veces vemos en el cine español, de esta forma, sin recursos artificiales u objetivos totalmente espurios.
El mérito no consiste simplemente en poner la cámara. Guerín observa y recrea la realidad con un objetivo atento, respetuoso pero más cinematográfico que documental. El condicionamiento que implica la presencia y colocación de la cámara, la discriminación de los personajes, la selección de las imágenes y la naturaleza de las preguntas del director adulteran “las cosas vistas y oídas en el barrio chino de Barcelona”.
El montaje de En construcción es, en todo caso, mucho más simple, fluido y esencial que Innisfree (1990). Lo reconoce el propio director en una autocrítica modélica: En Innisfree “(…) no dejo ver nada, supongo que porque tenía la necesidad de demostrar que sabía montar” (ibídem, p 124).
En el documental sobre el barrio chino de Barcelona se deja ver mucho más, con tiempo para digerir una historia de fundidos suaves, apenas perceptibles, de canciones, palabras, ruidos, todos ellos diegéticos empero armoniosos. Y esta narración tranquila, apenas efectista, permite a Guerín, nos permite a nosotros mismos, encontrar vida donde, a primera vista, sólo hay estereotipos, en palabras de Esteve Riambau (citado en Resina 2008, p. 274). Y del mismo modo nos invita a reflexionar sobre temas tan universales como la decadencia del tiempo, la inmigración, las relaciones generacionales, la muerte, el sentido del trabajo, el aburguesamiento (gentrification) de los barrios o la propia noción del cine. La película de Guerín es un bien artístico, personal, capaz de trascender las convenciones del realismo social sin dejar de respetar y servir al público. No por casualidad la etimología de “liturgia” nos lleva al griego λειτουργία, esto es, “servicio público”.