“Si hay algo que de verdad añoro no es la infancia, sino la amistad, la amistad mutua que me unía a mis amigos a los quince años o a los veinte años, la capacidad de conversar durante horas, caminando por mi ciudad desierta en las noches de verano, de contar con exactitud aquello que uno era, lo que deseaba y lo que sufría, y estar juntos, porque muchas veces eso era lo único que teníamos a falta de dinero para ir a un bar o a un cine o a los billares, la pura evidencia de la amistad, las manos en los bolsillos vacíos y las cabezas hundidas entre los hombres y aproximadas en una actitud de confidencia, de conspiración. Echo de menos la pudorosa ternura masculina, la emoción de sentirse aceptado y comprendido y no atreverse a expresar la gratitud por tanto afecto: no la torva caballería hombruna, la confidencia jactanciosa o el cruce de un guiño baboso ante la presencia de una mujer deseable.”
(Antonio Muñoz Molina, Sefarad)