Volví a ver El desencanto con la intención de encontrar lo ficticio, esa mascarada de la que habla Chavarri, una manipulación que, por otra parte, es intrínseca a cualquier documental. Y por supuesto encontré esos resortes del docudrama: la sonata nostálgica de Shubert, el montaje intencionado de Salcedo, el comienzo al estilo de Ciudadano Kane, los vaivenes de la cámara y las exageraciones de los Panero.
La familia de los Panero en El desencanto está bebida, embebida en sí misma, cómoda con la elegía y contraelegía fúnebre. El personaje histriónico de Juan Luis Panero refleja ese teatro, tal vez mejor que ninguno de los hermanos. Acaso está contagiado por aquello que decía Machado por medio de Juan de Mairena: “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve”. Tenemos la ilusión de ver a los Panero cuando, en realidad, son ellos los que nos ven o predicen, actuando en consecuencia.
Y, sin embargo, lo que más me atrae de El desencanto son sus arrebatos de sinceridad. Son parte del artefacto de la ficción pero, a su vez, extraen el cadáver del armario: es el alcohol mal digerido, la sordidez, el círculo vicioso, dualista, todavía anal de las culpas familiares.
La proyección del mito, la hazaña épica (que Leopoldo Panero cita en referencia a Lacan), es el fin de raza, la decadencia, el desencanto y la autodestrucción. Es la provocación, en la voz profunda de los Panero: “me excitó sexualmente ser el gigolo de mi madre”, “en la infancia vivimos y después sobrevivimos”, “el fracaso es la más resplandeciente victoria”. Es precisamente este pesimismo vital, complaciente, el que asocia El desencanto con una tradición literaria y cultural muy antigua. “Yo contaba con que usted me enterrara” comenta la madre de los Panero sobre su amistad con el enterrador. Lo cuenta con la normalidad de una mujer liberal y burguesa.
La leyenda épica, “bonita, romántica y lacrimosa” es desenmarañada por Leopoldo: la verdad es una experiencia deprimente, un padre brutal y alcohólico, una madre supuestamente equívoca en sus decisiones familiares y unos hijos que son la causa de las desgracias de su madre. La verdad de los Panero es la verdad de tantas familias o sociedades estancadas en un intercambio de elogios y humillaciones no necesariamente épicos, lo cual no resta sino añade valor artístico y social a la elegía de El desencanto.